La salvación “por
medio de la fe” que enseña la biblia es contraria a la “fe sola” del protestantismo
«No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad.» San Mateo 7, 21-23
Estos son los tres versículos “anti-sola fe” por excelencia. Es una clara exposición y catequesis, no de algún discípulo muy bien instruido o de algún excelente teólogo de nuestros días, sino de nuestro propio Señor Jesucristo, contra aquellos que podrían, en una falsa y muy peligrosa confianza, creer que basta con declarar que Él es su Señor.
«No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos» es una expresión verdaderamente letal contra la doctrina de “la salvación por la fe sola”. Jesús dice con toda claridad que no basta con “decir” sino que además hay que HACER la voluntad del Padre.
Uno de los versículos de los que el protestante “solofidelista” suele echar mano para defender la fe sola es Romanos 10, 9: «que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.» ¿Pero acaso aquellos de quien Jesús afirma que le dirán “Señor, Señor” no son precisamente creyentes que “confesaban con su boca” que Jesús era el Señor? ¿Hay aquí una contradicción entre Jesús y Pablo? Claro que no, lo que hay es una concepción fragmentada, parcializada e incompleta en la lectura bíblica del protestantismo. Cuando el protestante desarrolla su defensa de la sola fe, no toma en cuenta versículos como Mateo 7, 21; únicamente selecciona determinados versículos, principalmente paulinos que, vistos aisladamente, darían un supuesto soporte a su creencia.
Pero si tomamos Rom. 10, 9 y luego traemos junto a él Mt. 7, 21-23, todo se ve distinto. Dice Jesús: «Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? » ¿No confesaban acaso estos con su boca que Jesús era su Señor, no tenían tanta fe que incluso echaban demonios y hacían milagros con el poder del nombre de Jesús? Según la doctrina de la “sola fe” estos ya deberían estar salvos y justificados sin ningún rastro de duda y sin la menor sospecha de lo contrario, y lo último que podría esperarse que les dijera Jesús es exactamente lo que viene a continuación: «Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad».
No les bastó tener fe, tanta fe que incluso hacían milagros en el nombre de Jesús, aun así son enviados a condenación, por ser HACEDORES de maldad. Sus obras influyeron en su destino final, no solamente su fe. Puesto que hicieron el mal, en lugar de hacer el bien, no serán admitidos en el Reino de los Cielos. ¿Cómo puede alguien después de ver esto afirmar que las obras no tienen relevancia en el destino final del creyente?
¿O a quienes son a los que el Señor les da la bienvenida en su Reino? Él mismo lo declara en Mateo 25, 34-36 «Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí».
Aquí Jesús deja claro que el cumplimiento de estas buenas obras en el amor son una condición necesaria para entrar al Reino, y no solo un mero producto o consecuencia automática y cuasi mágica de la justificación luego de hacer “la oración de la salvación”. Nótese que Jesús no dice «tuve hambre y me distéis de comer como consecuencia de tu fe por la cual mi Padre te heredó su reino», dice «Venid […] heredad el reino […] porque tuve hambre y me distéis de comer…». Les permite entrar al reino en recompensa de sus buenas obras, por lo que hicieron, en consecuencia con lo que dice san Pablo en Romanos 2, 6 «el cual pagará a cada uno CONFORME A SUS OBRAS», pues se pagará «tribulación y angustia sobre todo ser humano que HACE LO MALO, el judío primeramente y también el griego» pero también se pagará «gloria y honra y paz a todo EL QUE HACE LO BUENO, al judío primeramente y también al griego».
Aquí queda claro que el haber hecho lo malo o haber hecho lo bueno traerá consecuencias diametralmente distintas el día de nuestro juicio. Y aquí no vale que se diga que el que hace lo bueno lo hace solamente porque ha sido predestinado para ser salvo y sus buenas acciones solo son una consecuencia de la fe, pues ya veíamos que aquellos de Mateo 7, 23 que tenían bastante fe, luego son declarados por el Señor «hacedores de maldad». Tenían fe, sin embargo hacían el mal, una cosa no garantiza la otra de manera ineludible. ¿Podrá haber un ejemplo más claro que ese de que la fe no produce mágica o mecánicamente las buenas obras? Pero por si hiciera falta, también dice san Pablo en 1 Cor. 13, 2 «aunque tenga plenitud de fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, nada soy». El apóstol nos deja claro que no necesariamente tener plenitud de fe es equivalente a tener plenitud de caridad.
Pero volvamos a Rom. 10, 9 ¿el apóstol contradice a Jesús? No, pues en san Pablo (como en cualquiera de los otros escritores inspirados del Nuevo Testamento), la fe no consiste en la mera afirmación intelectual sobre la existencia de tal o cual persona o acontecimiento, la fe en el lenguaje bíblico significa conformar la vida personal a la voluntad de Dios en virtud de la esperanza que produce la promesa de obtener la vida eterna (esperanza es una de las palabras más repetidas por san Pablo en todas sus cartas).
Vivir por la fe no significa simplemente creer que Jesús murió, resucitó, y listo, ser declarado “salvo, siempre salvo”; nada de esto, bíblicamente vivir por la fe más bien significa llevar una vida que se corresponde con la esperanza que se tiene en alcanzar la vida eterna, y este vivir por la fe es además una condición durante toda nuestra existencia terrena, «el que persevere hasta el fin, ese será salvo». Para el reformado la perseverancia es solo una consecuencia segura de la justificación, mas en el lenguaje de Jesús es una condición, «el que persevere».
El otro error garrafal del protestantismo es confundir las obras de la ley (los preceptos mosaicos de la Torá, correspondientes a la circuncisión, las prescripciones alimentarias, etc.) con la ley de Cristo que san Pablo manda a cumplir. ¿Pero cómo es que san Pablo dice que somos salvos por la fe sin las obras de la ley (Rom. 3, 28) y al mismo tiempo manda a cumplir la ley de Cristo? («Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas y cumplan así la ley de Cristo»; Gal. 6, 2). Porque el apóstol está hablando de dos cosas distintas que el protestantismo ha revuelto y confundido completamente, creando toda una deformación sobre las obras y la justificación.
¿O es que acaso cuándo nos acusan a los católicos de presentar una salvación que incluye la necesidad de las obras, piensan que creemos que para salvarnos tenemos que cumplir las obras de la ley mosaica? ¿Acaso los católicos nos circuncidamos, guardamos el sábado con toda la complejísima legislación de la Torá, o nos abstenemos de comer cerdo y demás animales con pezuña? Saben perfectamente bien que no hacemos nada de eso. La Iglesia católica siempre ha sabido y enseñado que ningún hombre puede justificarse por las obras de la ley a las que se refiere san Pablo en Rom. 3, 28.
¿Pero si no son las prescripciones de la Torá, entonces cuales son las obras por las que Dios pagará a cada uno? No son evidentemente las observancias de la legislación mosaica, no es la circuncisión (el tema principal del gran debate que llevó san Pablo en todas sus epístolas contra quienes buscaban imponer las obras de la ley), son las obras de la fe, la ley de Cristo, que es la ley del amor: «el que ama al prójimo, ha cumplido la ley» (Rom. 13, 8), «la caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, LA LEY en su plenitud» (Rom. 13, 10). Así vemos que la caridad no es solamente una consecuencia de la justificación, sino también una obligación para el creyente, por eso san Pablo le llama LEY en Rom. 13, 8; 13, 10 y LEY DE CRISTO en Gal. 6, 2.
El problema es que el protestantismo ha confundido todo esto, sin percatarse que san Pablo no habla de las obras ni de la ley en un solo sentido, en general, como si botara a la basura la utilidad de toda obra, sino que diferencia entre “las obras de la ley” (entendido este concepto en su debido contexto como los preceptos ceremoniales y rituales como la circuncisión, la comida y la bebida, los sábados, etc.) inútiles por sí mismas para justificar, de las buenas obras que se resumen en el amor al prójimo.
Este amor al prójimo es la ley que se resume en el mandamiento nuevo (San Juan 13, 34), que al final es la plenitud de la ley natural que está inscrita en los corazones, y que incluso los gentiles pueden cumplir cuando en su conciencia son capaces de discernir entre lo bueno y lo malo, siendo así justificados: «que no son justos delante de Dios los que oyen la ley, sino los que la cumplen: ÉSOS SERÁN JUSTIFICADOS […] cuando los gentiles que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley» (Rom. 2, 13-14)
¿Cómo “cumplen naturalmente las prescripciones de la ley” los gentiles si no se circuncidan? No ciertamente circuncidándose o guardando estrictamente el sábado, o la legislación sobre comida o bebida, sino guiándose por su conciencia y sabiendo diferenciar y escoger y desechar entre lo que es propio de juicio de condenación o de alabanza, o sea las “acciones secretas” de los hombres por las que Dios los juzgará, como dice Rom. 2, 16.
Y todas estas obras del amor, de la fe, de la obediencia, son también a las que se refiere Santiago cuando dice que las obras cooperan juntamente con la fe, de modo que la fe no sea muerta y estéril. Por eso no hay contradicción entre Pablo y Santiago cuando el primero dice que la fe le fue contada por justicia a Abraham, mientras que el segundo dice que fue justificado también por las obras, ya que para Santiago la fe de Abraham que le fue contada como justicia llegó a su pleno cumplimiento cuando Abraham obedeció ofreciendo a Isaac, y por esa obediencia Dios aseguró el cumplimiento de la promesa que ya antes le había hecho:
Leamos, Dios primero le promete a Abraham que su descendencia será como las estrellas del cielo:
«Y sacándolo afuera le dijo “Mira al cielo, y cuenta las estrellas, si puedes contarlas”. Y le dijo: “así será tu descendencia”. Y creyó él en Yahvé, el cual se lo contó como justicia». (Génesis 15, 6)
Ahora veamos como esto alcanza su cumplimiento con la obediencia de Abraham al ofrecer a Isaac en Génesis 22, 18:
«yo te colmaré de bendiciones y acrecentaré mucho tu descendencia como las estrellas del cielo y como las arenas de la playa, y se adueñará tu descendencia de la puerta de sus enemigos. Por tu descendencia se bendecirán todas las naciones de la tierra, EN PAGO DE HABER OBEDECIDO TU MI VOZ»
¡Por eso es que Santiago dice que por las obras la fe de Abraham alcanzó su perfección! Y es lógico. El mismo Santiago es quien nos dice que la fe sin obras está muerta y es estéril, así que la única fe que puede salvar, es una fe viva, en eso estamos de acuerdo católicos y protestantes.
Pero entonces debemos preguntarnos: ¿cómo se discierne si la fe está viva o muerta?
¿Basta la sola confesión de la fe para demostrar si ésta está viva o muerta? De ningún modo, pues eso solo puede demostrarse posteriormente al acto de confesar la fe, ¡con las obras que realice el creyente! Con éstas es como se demuestra si se trata de una fe viva o muerta. Cuando alguien hace la “oración de la salvación” que usan las iglesias bautistas, pentecostales, entre otras, es imposible distinguir si se trata de una fe viva que da salvación, o de una fe muerta que no la da, pues la oración es idéntica para todos. Lo que distinguirá a una fe de otra, lo que hará diferencia entre salvación o condenación, no será el solo acto de tener fe y confesarla, sino los frutos que produzca posteriomente esta fe, por ello es que no puede juzgarse la fe sola, sino también lo que resulta de ella y la acompaña.
¿Ven por qué es imposible que baste la fe sola? Si Dios concediera la salvación por la sola confesión de la fe en Jesús, Dios estaría obligado a concedérsela incluso a los que tienen una fe muerta, es decir, a aquellos que hacen una profesión de fe con sus labios, “recibiendo a Jesús como salvador”, independientemente de que luego de esta acción fuesen hacedores de maldad (y no olvidemos que ya quedó demostrado que se puede tener mucha fe y al mismo tiempo ser un hacedor de maldad como dice Mt 7, 21-23).
Alguien podría decir, “pero Dios todo lo sabe; Él de antemano conoce quien mostrará tener una fe viva y quien una muerta, no necesita estar a la espera de qué ocurrirá después”. Pero con esto también nos darían la razón a los católicos, pues finalmente tendrían que admitir que la salvación no se decide únicamente por la sola confesión de fe, sino también por aquello (las obras) que Dios en su Presciencia ya sabe que la persona demostrará, contando con una fe viva y activa, que realmente lo llevará a conformarse a Cristo y actuar en la vida en función de la fe que posee, y por aquello que espera obtener al final de su vida terrena: la salvación y la vida eterna. Dios ya sabe quiénes se salvarán, pero no solamente porque sepa quiénes harán la “oración de la salvación”, sino porque ya sabe quiénes conformarán su vida, sus obras y sus acciones a la fe en lo que esperan alcanzar.
¿Pero es bíblica esta visión de la fe que venimos explicando como una forma activa de vivir en función de lo que se espera alcanzar, más que un simple pensamiento en algo o alguien? ¡Por supuesto! El autor de Hebreos se explaya en explicar la fe en este sentido, como una forma activa de vida. Veamos unos ejemplos:
Primero leamos el ya famoso versículo de Hebreos 11,1: «La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de lo que no se ve». En efecto, la fe es nuestra certeza de que Dios tiene reservado un reino para nosotros. Eso es lo que se espera, esa es nuestra esperanza, y porque tenemos esa esperanza, actuamos en consecuencia:
«Por la fe, ofreció Abel a Dios un sacrificio mejor que el de Caín, por ella fue declarado justo, con la aprobación que dio Dios a sus ofrendas» (Hebreos 11, 4).
¿Se necesita algo más claro para entenderlo? Abel tenía fe en Dios y porque tenía fe en Él le ofreció un mejor sacrificio, su fe le hizo actuar de ese modo, y por esa fe Dios lo declaró justo, APROBANDO SUS OFRENDAS. Su fe no estaba separada de sus obras, Dios juzgó su fe con la aprobación que hizo de sus ofrendas.
Veamos más: «Por la fe, Noé, advertido sobre lo que aún no se veía, con religioso temor construyó un arca para salvar a su familia; por la fe, condenó al mundo y llegó a ser heredero de la justicia según la fe». (Hebreos 11, 7)
Es muy claro. La fe que tenía Noé en que Dios no miente y en que la advertencia era real, lo movió a actuar, obedecer y construir un arca, y gracias a que su fe lo llevó a obrar en consecuencia, pudo sobrevivir con su familia al diluvio. ¿Se habría salvado Noé si ante las advertencias solo hubiera dicho “sí, creo”, pero no hubiera construido el arca? Evidentemente no. Su fe le salvó en tanto que creyó en Dios y ACTUÓ conforme a lo que creyó, por esto heredó la justicia, porque obró SEGÚN SU FE.
Y llegamos a Abraham. Aquí veremos el sentido integral de lo que significa la fe en el lenguaje de todo el Nuevo Testamento. Mientras que el protestantismo, gracias a su visión sesgada y fragmentaria de la biblia toma Romanos 4,3 para presentar una salvación imputada que se resuelve definitiva, eterna e irrevocablemente al momento mismo de confesar la fe, con Hebreos tenemos la verdadera y completa concepción de lo que la justicia por la fe significó para Abraham:
«Por la fe, Abraham, al ser llamado por Dios, OBEDECIÓ Y SALIÓ para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba. Por la fe, PEREGRINÓ hacia la Tierra Prometida como extranjero, habitando en tiendas, lo mismo que Isaac y Jacob, coherederos de las mismas promesas.» (Hebreos 11, 8-9)
Más claro, imposible. Por la fe, en razón de su fe, debido a su fe, Abraham obedeció y salió, y por su fe, PEREGRINÓ. Todas estas palabras denotan ACCIONES que llevó a cabo por la confianza de recibir lo que esperaba de Dios: «Pues esperaba la ciudad asentada sobre cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios». (Hebros 11, 10).
¡Este es el verdadero significado del «Y creyó él en Yahvé» que le fue contado para justicia! No el acto solo de “creer”, sino lo que produjo y acompañó a ese creer: obedecer y salir, peregrinar hacia donde Dios le indicaba. Hebreos 11, 8-9 nos deja esto claro, dándonos el panorama completo de aquello a lo que se refiere san Pablo en Romanos 4, 3.
El protestantismo, entendiendo la Escritura en fragmentos, piensa que Génesis 15, 6 hace referencia solo a un momento en particular cuando Abraham “creyó”, y que a este simple acto, solo, aislado, se refiere san Pablo, de ahí que hayan construido toda una doctrina de la imputación de la salvación que se da, y que además es eternamente irrevocable, cuando se profesa la fe, sin percatarse, sin entender, sin darse cuenta que Abraham ya venía teniendo fe, y obrando en conformidad con esa fe, desde mucho tiempo atrás del momento que relata Génesis 15, 6, desde que Abraham «Marchó […] como se lo había dicho Yahvé» en Gn. 12, 4 (este último versículo es al que hace referencia el autor de Hebreos en el capítulo 11, versículos 8 y 9).
¿Y qué nos dice también más adelante sobre el mismo Abraham?
«Por la fe, Abrahán, sometido a la prueba, ofreció a Isaac como ofrenda, y, el que había recibido las promesas, ofrecía a su único hijo». (Heb. 11, 17).
¡Por la fe que tenía en Dios, en razón, en virtud de su fe, fue capaz de atreverse a ofrecer a Isaac! Por la fe que tenía obró de tal forma.
¡Tener fe, en el lenguaje de la biblia, significa hacer algo porque confías en la promesa de Dios y le eres fiel (fe significa fidelidad) porque sabes que, a pesar de todo lo que tengas que hacer, al final Él te va dar lo que te ha prometido! Cuando se dice que somos justificados por la fe, significa que somos encontrados justos porque somos fieles a Dios, porque hacemos aquello que nos hará merecedores del premio que Dios ha prometido. ¡Esto es lo que hizo Abraham! Dios le dio la orden de dejar su tierra y le hizo la promesa de entregarle otra, él creyó que Dios le cumpliría, así que se puso en marcha. Esta es la fe que le fue contada por justicia, su acto de fidelidad, su acto de peregrinar confiando en Dios, creyendo en su promesa. La promesa para nosotros es el cielo y la vida eterna, pero aunque no hemos visto el cielo, lo esperamos (Heb 11, 1), y creemos que llegaremos a él a condición de mantengamos nuestra fidelidad (fe) a Dios, de que hagamos lo que Dios espera de nosotros. En pocas palabras, tenemos fe en la promesa de Dios que es el cielo, por tanto PEREGRINAMOS hacia él, nos ponemos en marcha (lo mismo que hizo Abraham).
La fe de Abraham no era solo una
creencia o un pensamiento que se profesa, era un actuar y un obrar concreto. Y
este obrar no era solo una mera consecuencia, sino que fue la causa que garantizó
el cumplimiento de la promesa, como citamos más arriba: «Por tu descendencia
se bendecirán todas las naciones de la tierra, EN PAGO DE HABER
OBEDECIDO TU MI VOZ» (Gn. 22, 18).
Todo esto es lo que significa “vivir por la fe”, vivir en obediencia, vivir conformando nuestra vida a la voluntad de Dios, porque creemos que si perseveramos hasta el final, el cumplirá su promesa de hacernos herederos de su reino.
Si bien estamos de acuerdo en que la justificación es un don absolutamente gratuito e inmerecido, que para nosotros se opera mediante el Espíritu Santo en el bautismo sin necesidad de ninguna obra humana, y para la mayoría de los protestantes se opera al momento de expresar la fe, la justificación no solo es una declaración de justicia, sino ser hechos verdaderamente justos, en tanto que hemos sido incorporados a Cristo por el bautismo (Rom. 6, 3-5) y también por este bautismo nos hemos revestidos de Él, que es el Justo de entre los Justos, y debido a esto, a estar unidos a Cristo, se nos ha comunicado la gracia que nos capacita para actuar conforme a la justicia, y actuando en justicia, por el don de la gracia, conservamos nuestra propia justificación, y esto es realmente lo que se resume en "vivir por la fe".
Estamos de acuerdo en que la salvación es “solamente por medio de la fe” (como lo explicó reiteradamente Benedicto XVI durante su papado), pero debe tenerse claro que bíblicamente "por medio de la fe" significa esto: Expresar en la vida una fe obediente, activa, obrante, justa, en comunión con el amor de Cristo, o sea, la salvación mediante la fe es solamente a condición de que caminemos y vivamos en fidelidad a Dios, que vivamos genuinamente en la fe, o sería mejor decir, “que vivamos la fe”.
Dios no nos pide la circuncisión, ni dejar de encender fuego el sábado o alguna otra carga de las prescripciones de la ley, nos pide que vivamos solamente por medio de la fe, y vivir por medio de la fe es vivir conforme a la justicia que se nos ha dado en Cristo, es conformar todas nuestras obras, nuestra vida entera, a la vida de Cristo, que es el amor. Solo a condición de vivir según la fe –y esto solo es posible aferrándonos a la fuente de la gracia que es el Espíritu Santo- es que podremos ser salvos.
Pero este “vivir solamente por la fe”, nunca debe confundirse (como lo ha hecho el protestantismo) con “la fe sola”, que aunque parezca, no son ni remotamente lo mismo.
Así que la salvación es por gracia, mediante de la fe, pero NO por la “fe sola”.
Y aunque pudiera seguirme extendiendo más, analizando muchos otros versículos tanto de los Evangelios como de san Pablo, y los demás libros del Nuevo Testamento, por ahora concluyo aquí, pues esta solo pretendía ser una respuesta para un debate de facebook, y ya se ha extendido demasiado.
Todo esto es lo que significa “vivir por la fe”, vivir en obediencia, vivir conformando nuestra vida a la voluntad de Dios, porque creemos que si perseveramos hasta el final, el cumplirá su promesa de hacernos herederos de su reino.
Si bien estamos de acuerdo en que la justificación es un don absolutamente gratuito e inmerecido, que para nosotros se opera mediante el Espíritu Santo en el bautismo sin necesidad de ninguna obra humana, y para la mayoría de los protestantes se opera al momento de expresar la fe, la justificación no solo es una declaración de justicia, sino ser hechos verdaderamente justos, en tanto que hemos sido incorporados a Cristo por el bautismo (Rom. 6, 3-5) y también por este bautismo nos hemos revestidos de Él, que es el Justo de entre los Justos, y debido a esto, a estar unidos a Cristo, se nos ha comunicado la gracia que nos capacita para actuar conforme a la justicia, y actuando en justicia, por el don de la gracia, conservamos nuestra propia justificación, y esto es realmente lo que se resume en "vivir por la fe".
Estamos de acuerdo en que la salvación es “solamente por medio de la fe” (como lo explicó reiteradamente Benedicto XVI durante su papado), pero debe tenerse claro que bíblicamente "por medio de la fe" significa esto: Expresar en la vida una fe obediente, activa, obrante, justa, en comunión con el amor de Cristo, o sea, la salvación mediante la fe es solamente a condición de que caminemos y vivamos en fidelidad a Dios, que vivamos genuinamente en la fe, o sería mejor decir, “que vivamos la fe”.
Dios no nos pide la circuncisión, ni dejar de encender fuego el sábado o alguna otra carga de las prescripciones de la ley, nos pide que vivamos solamente por medio de la fe, y vivir por medio de la fe es vivir conforme a la justicia que se nos ha dado en Cristo, es conformar todas nuestras obras, nuestra vida entera, a la vida de Cristo, que es el amor. Solo a condición de vivir según la fe –y esto solo es posible aferrándonos a la fuente de la gracia que es el Espíritu Santo- es que podremos ser salvos.
Pero este “vivir solamente por la fe”, nunca debe confundirse (como lo ha hecho el protestantismo) con “la fe sola”, que aunque parezca, no son ni remotamente lo mismo.
Así que la salvación es por gracia, mediante de la fe, pero NO por la “fe sola”.
Y aunque pudiera seguirme extendiendo más, analizando muchos otros versículos tanto de los Evangelios como de san Pablo, y los demás libros del Nuevo Testamento, por ahora concluyo aquí, pues esta solo pretendía ser una respuesta para un debate de facebook, y ya se ha extendido demasiado.
Alfredo Rodríguez
Contacto: https://facebook.com/alfredo.rdz.1840
Uno de los mejores estudios bíblicos que haya leído sobre lo que significa realmente salvación por medio de la fe.
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