PENSAMIENTOS DE UN PROTESTANTE SOBRE LA INVITACIÓN DIRIGIDA POR PIO IX
A LOS CRISTIANOS DISIDENTES PARA RECONCILIARSE CON LA IGLESIA CATÓLICO-ROMANA.
Por: Rainaldo Baumstark.
Índice:
III.
¿Qué ofrece a sus hijos la Iglesia católico-romana?
Una Iglesia visible en esta vida, como cumplimiento de la
palabra empeñada por el Señor de que permanecería con los suyos hasta la
consumación de los siglos; una Iglesia que tiene la promesa del Espíritu Santo,
del Espíritu de verdad, y con ella la firme convicción de la indefectibilidad
de su doctrina: he aquí la primera prerrogativa, patente a los ojos de todo el
mundo, que puede reclamar el verdadero católico ante las demás comuniones
cristianas.
Y esta Iglesia no se contenta con enseñar ciertos dogmas
fundamentales, para que se recuerden como de paso en épocas determinadas, y
luego se olviden y se prescinda de ellos en la vida práctica; su misión es
abarcar e impregnar con su doctrina la vida toda del hombre, desde la cuna
hasta el sepulcro, y aun más allá. Sus Sacramentos acompañan al fiel en todas
las ocasiones más importantes de la vida; ellos le consuelan en las
tribulaciones todas, y le devuelven la gracia si su corazón llega a
extraviarse. La presencia del Dios eterno mantiene sus templos en continuo
comercio con los invisibles seres de otra vida superior, y en millares de
altares se renueva todos los días el sacrificio de la Cruz. Ni aun con la
muerte cesa la acción de la Iglesia, pues sus oraciones y sufragios por los
difuntos obran poderosamente cabe el trono del Eterno.
Este es el símbolo de creencias de la iglesia católica, a la
que pertenecen también, respecto de los dogmas y Sacramentos, los cismáticos
griegos. La organización externa y el culto religioso de la Iglesia
católico-romana abundan en prerrogativas no menores para todo el que a ella
pertenece como hijo sumiso. Ante todo nos ofrece, con la idea de Iglesia
visible, una cabeza suprema, visible también, independiente de todo poder
terreno y existente por tanto en sus propios dominios. Luego tiene un
sacerdocio propiamente tal, el cual sobre ser necesario para el sacrificio de
la misa, administración de Sacramentos y desempeño de las demás funciones eclesiásticas,
es una prenda segura de que la Iglesia cumple su divina misión sobre la tierra.
Y la severa disciplina del celibato queda plenamente justificada con solo
considerar que las miserias que necesariamente han de manifestarse donde un
clérigo con mujer e hijos tenga que sacrificar sus convicciones en aras de la
familia, redundan casi siempre en menoscabo del carácter eclesiástico. El culto
confiado a estos sacerdotes ofrece todos los días a la inmediata consideración
de los fieles los sacrosantos misterios de la religión revelada: no se concreta
a instruir el entendimiento razonador, o a fomentar por ventura el sentimiento,
sino que se apodera del hombre entero, con cuerpo y alma, y lo llena todo,
corazón, espíritu, sentidos. Tiene también oración en común, canto y sermón.
Pero tiene más todavía. Para este culto la escultura y la pintura han creador
obras maestras, cuales solo podían salir de corazones abrazados en el divino
amor; y si se comparan con los nuestros aquellos bárbaros tiempos en que el Catolicismo
levantaba sus catedrales y llevaba a Europa a las Cruzadas, en orden al vuelo
de las artes y al entusiasmo caballeresco y poético de los hombres, no puede
causarnos más que profunda lástima la flamante civilización del presente siglo.
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