sábado, 29 de julio de 2017

Libro católico: Pensamientos de un protestante sobre la Iglesia católica y el protestantismo (Capítulo III).


PENSAMIENTOS DE UN PROTESTANTE SOBRE LA INVITACIÓN DIRIGIDA POR PIO IX A LOS CRISTIANOS DISIDENTES PARA RECONCILIARSE CON LA IGLESIA CATÓLICO-ROMANA.

Por: Rainaldo Baumstark.

Índice:


 III. 

¿Qué ofrece a sus hijos la Iglesia católico-romana?



Una Iglesia visible en esta vida, como cumplimiento de la palabra empeñada por el Señor de que permanecería con los suyos hasta la consumación de los siglos; una Iglesia que tiene la promesa del Espíritu Santo, del Espíritu de verdad, y con ella la firme convicción de la indefectibilidad de su doctrina: he aquí la primera prerrogativa, patente a los ojos de todo el mundo, que puede reclamar el verdadero católico ante las demás comuniones cristianas.


Y esta Iglesia no se contenta con enseñar ciertos dogmas fundamentales, para que se recuerden como de paso en épocas determinadas, y luego se olviden y se prescinda de ellos en la vida práctica; su misión es abarcar e impregnar con su doctrina la vida toda del hombre, desde la cuna hasta el sepulcro, y aun más allá. Sus Sacramentos acompañan al fiel en todas las ocasiones más importantes de la vida; ellos le consuelan en las tribulaciones todas, y le devuelven la gracia si su corazón llega a extraviarse. La presencia del Dios eterno mantiene sus templos en continuo comercio con los invisibles seres de otra vida superior, y en millares de altares se renueva todos los días el sacrificio de la Cruz. Ni aun con la muerte cesa la acción de la Iglesia, pues sus oraciones y sufragios por los difuntos obran poderosamente cabe el trono del Eterno.

Este es el símbolo de creencias de la iglesia católica, a la que pertenecen también, respecto de los dogmas y Sacramentos, los cismáticos griegos. La organización externa y el culto religioso de la Iglesia católico-romana abundan en prerrogativas no menores para todo el que a ella pertenece como hijo sumiso. Ante todo nos ofrece, con la idea de Iglesia visible, una cabeza suprema, visible también, independiente de todo poder terreno y existente por tanto en sus propios dominios. Luego tiene un sacerdocio propiamente tal, el cual sobre ser necesario para el sacrificio de la misa, administración de Sacramentos y desempeño de las demás funciones eclesiásticas, es una prenda segura de que la Iglesia cumple su divina misión sobre la tierra. Y la severa disciplina del celibato queda plenamente justificada con solo considerar que las miserias que necesariamente han de manifestarse donde un clérigo con mujer e hijos tenga que sacrificar sus convicciones en aras de la familia, redundan casi siempre en menoscabo del carácter eclesiástico. El culto confiado a estos sacerdotes ofrece todos los días a la inmediata consideración de los fieles los sacrosantos misterios de la religión revelada: no se concreta a instruir el entendimiento razonador, o a fomentar por ventura el sentimiento, sino que se apodera del hombre entero, con cuerpo y alma, y lo llena todo, corazón, espíritu, sentidos. Tiene también oración en común, canto y sermón. Pero tiene más todavía. Para este culto la escultura y la pintura han creador obras maestras, cuales solo podían salir de corazones abrazados en el divino amor; y si se comparan con los nuestros aquellos bárbaros tiempos en que el Catolicismo levantaba sus catedrales y llevaba a Europa a las Cruzadas, en orden al vuelo de las artes y al entusiasmo caballeresco y poético de los hombres, no puede causarnos más que profunda lástima la flamante civilización del presente siglo.

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