PENSAMIENTOS DE UN PROTESTANTE SOBRE LA INVITACIÓN DIRIGIDA POR PIO IX
A LOS CRISTIANOS DISIDENTES PARA RECONCILIARSE CON LA IGLESIA CATÓLICO-ROMANA.
Por: Rainaldo Baumstark.
Índice:
II.
¿Cuál es la vida religiosa de los evangélico-protestantes?
Esta es ciertamente una pregunta de la mayor importancia.
Pues si bien sería poco conforme a derecho juzgar a una comunión cristiana por
las acciones u omisiones accidentales de un miembro particular; sin embargo,
tomada en general, es de rigurosa exactitud la sentencia de Jesucristo: “Por
sus frutos los conoceréis”.
Ante todo debo reconocer que existen círculos dentro del
protestantismo en que los sentimientos religiosos están muy arraigados tanto en
el individuo como en la sociedad. Y en ese caso no puede ciertamente negarse
que las llamadas sectas por hallarse separadas de las iglesias del Estado o del
país en que florecen, producen por lo común mejores resultados que sus hermanas
las comuniones subvencionadas y protegidas por el Estado. Los prosélitos de las
tales sectas se ven con frecuencia reducidos a sí mismo, sin poder dar libre
expansión a la profundidad de sus sentimientos. En aras de este santo anhelo
del corazón llegan muchas veces a sacrificarse privilegios, destinos, hasta la
existencia civil y la amada tierra patria. Las ideas y sentimientos propios son
entonces el todo; y si ese entusiasmo llega a degenerar en fanatismo, podrá
culparse de ello al individuo, pero nunca será lícito negar profundo respeto a
la intensidad del tal sentimiento. A esta clase pertenecen los luteranos, los
cuales, con su serio examen de la Biblia, forman contraste con la fría
indiferencia de la moderna iglesia que pone su fe al servicio de los Gobiernos.
Sea dicho además, para satisfacción del humano linaje, que
en toda sociedad religiosa es siempre la mujer la que por su piedad se
distingue, y perdónensele, en gracia de ese sentimiento, las cadenas con que
sabe esclavizar al hombre. Verdad es que hay muchas excepciones, pero la regla
general es esa.
Finalmente, es también indudable que en los pueblos rurales
de todas las comuniones hay más fe, se conserva más viva la Religión, que en
las ciudades. Y nótese que la población del campo constituye como el meollo de
la sociedad. ¡Cuántos rústicos labriegos hay que en el hogar doméstico rodeados
de mujer, hijos y demás familia, levantan su espíritu a Dios, dándole gracias
desde el fondo del corazón por aquel pedazo de duro pan, ganado a fuerza de
ingrato trabajo; al paso que en las ciudades vive el mayor número, o esclavizados
por estúpida sed de goces, o devorados por lo menos de necia envidia a los que,
más afortunados, derrochan y consumen los bienes que se les confiaran!
Hay, pues, que decirlo paladinamente y sin rebozo. En el
centro de Europa, el pueblo de las ciudades perteneciente a las iglesias
evangélico-protestantes reconocidas por el Estado es por lo general irreligioso. ¿Quién me contradecirá, si
digo que millares de esos cristianos pasan largos años, como no les aflija
especial desgracia, sin acordarse de Dios ni de la muerte? ¿si digo que con
frecuencia de toda una iglesia llena de fieles allí congregados para oír la
palabra de Dios, apenas si se pueden entresacar dos docenas que lleven a sus
casas un pensamiento cristiano o una chispa de caridad? Y preguntadles por el objeto
de sus creencias; no sabrán qué responderos. Han olvidado la infantil piedad de
los años juveniles, y la gravedad de la vida, lejos de purificar y nutrir sus
almas, no ha servido sino para echarlas a perder. Vense arrastrados por dos
únicos sentimientos: el dinero y la ilustración; y esa ilustración es la
ilustración de los periódicos, del teatro y de las tertulias. Educan a sus
hijos con el fin de que hagan carrera, y a sus hijas para ser tenidos por
buenos padres. Por falta de ocasión es fácil que no cometan ningún grave delito
ni grandes pecados; pero pasan toda su vida sin salirse de la esfera ordinaria,
en esfuerzos que a nada conducen. ¿Quién se levanta a contradecirme?
Y este estado de cosas debido es en gran parte a la iglesia
evangélico-protestante, que no ha sabido conservar su carácter y prestigio.
Todos podemos recordar lo que sucedió, diez años atrás, en cierto país en que
se vivía arreglada y cristianamente, en que los enemigos de las ideas y
sentimientos allí dominantes llevaban una vida trabajosa y eran con frecuencia
perseguidos. Sopló un viento contrario en el gobierno del país; y entonces surgieron
como por ensalmo individuos que, en parte pertenecientes antes al partido de
ideas opuestas, se pusieron ahora a predicar el progreso, enemigo nato de la
Iglesia y del Estado. Estos señores, sí, consiguieron un gran triunfo, lograron
tener a su disposición dinero, destinos y honores; pero el clero
evangélico-protestante del país –con pocas y honrosas excepciones- decayó de su
primitivo estado. Hablóse ya entonces de muy distinta manera de la persona,
vida y resurrección de Jesucristo, y en general de los dogmas fundamentales del
Cristianismo. A ninguno de aquellos señores se le ocurrió declarar que era
pagano en nombre de Dios; continuaron tan tranquilos, pendientes de los pechos
que por ventura no los amamantaban ya con la leche de la piedad, pero que sí
los engordaban con el vigoroso jugo de la vida terrestre: si no querían
apacentar las ovejas, gustaban al menos de trasquilarlas.
No se me oculta que entre los protestantes del progreso se
hallan personas muy respetables: yo mismo tuve en mi juventud por maestro de
religión a un hombre de esas ideas, a quien sigo venerando con toda la piedad
de un discípulo. Y en general respeto a todos los que, en circunstancias para
ellos difíciles, hayan confesado sus convicciones, y también a los que de una
convicción han pasado a otra. Pero ¿habré de respetar también a aquellos cuya
fe depende únicamente del ministerio que rige los destinos del país? ¿Y podrá
salir muy edificada una parroquia, a la que hoy se le predique el Hijo de Dios
hecho hombre, y mañana, sin más ni más, el Jesús de Renan y Schenkel, inspirado
por el mortífero hálito de la francmasonería? ¡Ojalá consideraran lo que
significa educar al pueblo en este sentido los concienzudos entre los
partidarios de esas ideas!
Conocía yo a un muchacho que se acercó lleno de un
respetuoso y santo temor a hacer la primera comunión. Pero luego se dio tal
dirección a su espíritu, que poco a poco fue desapareciendo de su alma todo
rastro de fe, quedándole tan solo el recuerdo de la sentencia: “Quien come y
bebe indignamente, come y bebe su propio juicio”. Con lo que por un resto de
religiosidad tuvo que abstenerse de acudir al consuelo más santo de la
Religión. –Y a otros muchos les pasa lo mismo; y no pocos se pierden
irremisiblemente. Pues lo que la juventud ha menester, es sumisión a la
autoridad tanto divina como humana; y a los jóvenes de nuestros días se les
enseña ante todo a deificarse a sí mismo, y luego a tomarse todas las
libertades. De semejante educación nacen los hombres irreligiosos; y semejante
modo de educar la juventud no se encuentra bajo la infleucnia de ninguna
iglesia sino de la evangélico-protestante. Muchos católicos hay con las mismas
ideas e imbuidos en el mismo espíritu; pero su Iglesia no los reconoce como
tales, y mucho menos los dirige por esos caminos.
Y así hemos llegado a un punto en que Lutero se levantaría
de su sepulcro haciendo aspavientos si llegara a oír lo que en su nombre se
predica; así hemos llegado a un punto en que una filosofía, abandonada por los
mismos filósofos, es predicada al pueblo como religión por teólogos dilettanti
de filosofía; así hemos llegado a un punto en que las personas de buen corazón
y nobles sentimientos se separan con aversión de la Iglesia que debería
servirles de espiritual madre; así hemos llegado además a un punto en que los
hombres consecuentes del progreso van ya predicando con abierta audacia la
humanidad sin Estado y sin Dios, como término final de sus aspiraciones y se
ríen de los protestantes que queriendo ser cristianos no hallan medio de serlo;
y así, en una palabra, hemos llegado a un punto en que nadie podrá fácilmente
refutar mi aserto, si digo que: El
protestantismo, como poder eclesiástico, ya ha muerto.
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