Intentando recuperar antiguo material católico que pueda ser de valía para los cristianos de hoy, hemos transcrito y hacemos público este breve libro de Reinhold Baumstark, un literato, historiador, y político alemán del siglo XIX que, analizando la convulsionada Europa que le tocó vivir, y estudiando el estado de desmedida división del protestantismo, así como la rendición de muchas iglesias protestantes al mundo liberal moderno, cada vez más secular y menos cristiano, y viéndose atraido por el catolicismo, por el cual se interesó gracias a sus viajes a España, se decidió a escribir estas reflexiones en el contexto de la invitación del Papa Pio IX a los cristianos separados de la Iglesia para reconciliarse con la misma. Baumstark escribió este libro en 1868, y un año más tarde, en junio de 1869, su conversión sería oficial y entraría formalmente a la Iglesia católica, a la que perteneció durante el resto de su vida.
Podrás ver el índice del libro más abajo, cada capítulo tiene su enlace correspondiente.
Por: Rainaldo Baumstark.
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PENSAMIENTOS DE UN PROTESTANTE SOBRE LA INVITACIÓN DIRIGIDA POR PIO IX
A LOS CRISTIANOS DISIDENTES PARA RECONCILIARSE CON LA IGLESIA CATÓLICO-ROMANA.
Por: Rainaldo Baumstark.
Índice:
Preliminares.
La Cabeza de la Iglesia católico-romana, con motivo del
concilio que ésta se prepara a celebrar, ha dirigido su potente voz a los
cristianos disidentes, invitándoles a que retornen al seno de la madre común.
No me he entretenido en averiguar la impresión que haya hecho ese llamamiento
en los hombres de las diversas ideas dominantes hoy en el mundo; un trabajo de
esa índole sería de todo punto excusado. Pues salta a los ojos que la prensa
diaria a cargo de judíos, o con dinero judío asalariada, no puede contestar a
las palabras de Pio IX sino con escarnio, invectivas y dicterios. Y es a sí
mismo natural que los periódicos ingleses, grande si se quiere por sus
descomunales dimensiones; que los periódicos de esa Inglaterra, tan
profundamente abatida en el terreno político y religioso, hayan aparentado
recibir con la sonrisa del más soberano desdén la grave palabra dirigida a la
cristiandad por el atribulado Anciano.
El papel de la Gran Bretaña se halla hoy día reducido a repartir Biblias
por entre el católico pueblo rural de España, mientras que la propaganda
católico-romana celebra numerosísimos y espléndidos triunfos, obtenidos en las
clases alta y media de la sociedad inglesa. Tampoco me admira que rechacen la
invitación del romano Pontífice aquellas personas que con rectitud y buena fe
permanecen en el terreno de la convicción luterana, y a quienes basta esta
convicción para descifrar el enigma de la vida. A todos aquellos, en fin, a
quienes la religión no inspira en general ningún interés, les importará bien
poco la cuestión de si Pio IX ha tenido o no motivo para hacer el llamamiento.
No he leído una línea siquiera sobre el modo con que han
sido recibidas las palabras del Papa por los hombres de las referidas u otras
cualesquiera ideas. Estas páginas, por consiguiente, no tienen por objeto
impugnar ajenas opiniones en la cuestión presente. Su único fin es manifestar
al lector, que en ello tenga interés, el modo de pensar y sentir de un
protestante, a quien, nacido y educado en el protestantismo, las vicisitudes de
la vida han puesto después en íntimo contacto con hombres de ideas religiosas
muy opuestas, y que en todo caso tiene la conciencia de considerar la religión
como cosa muy seria. Para ello tengo ante todo que hacer el sacrificio de mi
amor propio; pues estoy persuadido de que mis palabras han de ser rudamente
atacadas, y lo han de ser sobre todo por esa misma canalla que ya en otras
ocasiones ha intentado, si bien inútilmente, hacerme perder el reposo. Esta vez
tampoco recabarán contestación de mi parte: tranquila y noblemente lanzo a la
publicidad la expresión de mis convicciones, dejando que se ceben en ellas los
miserables gusanos de la maledicencia.
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Si reflexionamos los protestantes sobre las palabras que nos
ha dirigido el Pontífice de Roma, tenemos ante todo que contestar a una
pregunta de altísima importancia, pregunta que voy a colocar al frente de mi
trabajo.
I.
¿Qué ofrece a sus adeptos la iglesia evangélico-protestante?
Me sirvo de la palabra evangélico-protestante, porque me falta
una expresión más propia para incluir en ella a todos aquellos cristianos que a
consecuencia de la Reforma del siglo XVI no pertenecen a la Iglesia
católico-romana, tales como los luteranos, zuinglianos, calvinistas,
protestantes unidos, rebaptizantes, anabaptistas, irvingianos, menonitas, y en
una palabra, todas las iglesias y sectas no católicas que no reconocen más
fuente de convicción religiosa que la palabra de Dios consignada en el Nuevo
Testamento.
Con solo echar una mirada sobre esa extraordinaria variedad
y prodigioso desarrollo de comuniones y sectas como pululan por el suelo
americano, podremos de antemano asegurar que lo que todas ellas tengan de común y propio, debe ser muy poca cosa,
ya se considere la diversidad de puntos en que convengan, ya la importancia de
estos puntos en sí mismos. Y en efecto; aparte del Evangelio que cada una
interpreta a su manera, no convienen sino en la profesión de tres dogmas que
son a su vez dogmas de la Iglesia católico-romana: me refiero a la fe en la existencia
de Dios uno y trino, en la redención por el Hijo de Dios hecho hombre, y en la
inmortalidad del alma. En todos los
demás puntos doctrinales las iglesias no católicas disienten unas de otras
según las distintas comuniones; y cada una sostiene, por supuesto, con igual
fuerza de convicción que la Iglesia católico-romana, que ella sola se halla en
posesión de la verdad revelada.
Mas es también común a todas las iglesias disidentes su
carácter negativo. Todas ellas rechazan
como producto del hombre un número mayor o menor de dogmas de la Iglesia
católico-romana; verdad es que no están acordes entre sí acerca de los puntos
que abarca lo que designan con el nombre de invención
humana; pero convienen todas en
admitir menos dogmas que los católicos. Y ello no puede menos de suceder así,
una vez que no reconozcan más fuente de revelación que la palabra de Dios escrita, y supuesta la vanidad que reina
en su interpretación, confiada a la ciencia teológica, y, donde esta falta, al
humano capricho.
De una manera análoga puede caracterizarse la vida de las
iglesias disidentes en sus relaciones con las necesidades espirituales de los
fieles y con el culto divino, diciendo en general, que todas ellas juntas, y
cada una de por sí, son también bajo este concepto más pobres que la Iglesia
católico-romana. Pues los Sacramentos, reducidos cuanto es dable y
circunscritos a una esfera de acción muy limitada, no ejercen influencia
continua en la vida del hombre, obligándole a tener fijas en el cielo sus
miradas, desde la cuna hasta el sepulcro. El culto carece en primer lugar de la
fe en la inmediata y real presencia de Dios; en su mayor parte está reducido al
domingo, en que se concurre a él como se concurriría a otro espectáculo
cualquiera, por vía de recreo y a fin de reponerse de las fatigas de la semana.
En el fondo se reduce el culto a orar y cantar en común, y a oír una plática
religiosa. Bajo todos los demás conceptos, observamos en estas iglesias la
misma infinita variedad que hemos hecho notar respecto de su fe.
Así pues, considerados el símbolo de sus creencias y los
medios de que disponen para obrar espiritual y moralmente sobre los fieles,
resulta que las iglesias evangélico-protestantes ofrecen menos a sus adeptos, en uno y otro sentido, que la Iglesia
católico-romana a los suyos.
En orden a la fe y al culto a Dios debido, no se pretende,
por supuesto, que se haya de creer y practicar cuanto se pueda y cuanto más mejor; sino que se trata únicamente de
establecer la verdad. Y fuente
exclusiva de la verdad religiosa es para los evangélico-protestantes la sagrada
Escritura interpretada por el libre examen.
Este principio fundamental, pues, es el que con especialidad
debe ocuparnos. El que una cosa esté puesta por escrito, es en sí una
circunstancia tan accidental, tan independiente de su ser y naturaleza, y que
además la deja tan expuesta a dudas de todo género, que se subleva todo humano
sentimiento a la sola idea de que el riquísimo e inagotable torrente de la
divina revelación haya de circunscribirse a la forma y fondo de un breve libro,
cuyo origen, sentido e inteligencia, así respecto de todo como de sus partes,
han sido desde antiguo, y son todavía en la actualidad, objeto de acaloradas e
interminables disputas.
Y para la interpretación del Evangelio las iglesias no católicas
dirigen a sus adeptos por las vías del libre examen, precisándolas por tanto a
acudir a la razón y a la ciencia. En estima y respeto por la
razón y por la ciencia no quiero que nadie me gane; mas la historia del humano
linaje demuestra sin género alguno de duda que la razón y la ciencia de un ser finito
nunca llegarán a levantar el velo que a la Verdad absoluta encubre. Las
ciencias naturales han repetido siempre por medio de sus más eminentes
representantes, que no les es dado explicar el misterio de la vida. La
filosofía, y la filosofía alemana
sobre todo, ha llegado casi a convencerse de que por sí sola no puede dar nada
positivo sobre las relaciones de lo finito con lo infinito. Y la misma
insuficiencia siente el protestante cuando se pone a estudiar la Biblia.
Ínterin no abandona por completo el Cristianismo, le es forzoso creer sin
condición alguna; pues no se necesita menos fe para aceptar el dogma de la
Trinidad que para reconocer el de la Inmaculada Concepción. En manera alguna
puede decirse que el uno sea más razonable que el otro; quien de sincero se
precie, no tendrá reparo en confesar que ambos están igualmente sobre toda
humana razón. Pero si la razón del hombre, por más que estudie, no es capaz de
comprender la doctrina revelada, no aparece menos impotente para la
interpretación de la Biblia; y que eso sea así, no hay más que considerar que
con ella casi todos los intérpretes llegan a opuestos resultados.
Por tanto, no solo el símbolo de creencias y los medios de
influencia espiritual y moral sobre los fieles, sí que también las fuentes de
la convicción religiosa, son más pobres para las iglesias
evangélico-protestantes que en la católico-romana.
Aunque la revolución religiosa iniciada por Lutero fue
indudablemente para nuestra Alemania origen de males políticos sin cuento;
aunque el triunfo de la fuerza y del derecho hollado, que con el corazón oprimido
presenciamos dos años há, arranca históricamente del siglo XVI; sin embargo
para mí no admite duda alguna que la Reforma fue un hecho providencial, y que
como tal reportó grandes bienes al linaje humano en general. Mas para contestar a la pregunta: “¿Qué
ofrece a sus adeptos la iglesia evangélico-protestante?” sepamos antes cuáles
fueron los principales móviles de los reformadores y los principios por ellos
proclamados al izar la bandera de la revolución en el siglo XVI. Y aquí me
encuentro con tres hechos o principios fundamentales:
1. Lo primero que proclamó la Reforma, si bien muchas veces
como mero pretexto, fue la necesidad
de reformar la vida y disciplina eclesiástica, tanto en la cabeza como en los
miembros. Este pensamiento se lo hizo propio la Iglesia católico-romana, y supo
llevarlo a cabo con mejor éxito que ninguna otra comunión religiosa. Las obras
de perfección cristiana en ninguna parte se practican con mayor abnegación, en
ninguna parte en mayor escala, que en la Iglesia católica. ¡Mirad, oh hijos del
mundo, a una Hermana de la Caridad! Ni el ángel del exterminio en horrorosa
epidemia , ni el azote de la guerra en el campo de batalla, ni el lastimero
grito del dolor arrancado a la vida miserable, pueden menguar el tranquilo amor
y ferviente celo de esos verdaderos Ángeles sobre la tierra. ¡Y ellas no son
sino un solo ejemplo entre tantos otros! De la mansedumbre, humildad y total
anonadamiento de los religiosos de todas las Órdenes no quiero hablar una
palabra, no sea caso que se me tuviera en adelante por un jesuita encubierto.
Pero sí diré que los sacerdotes seculares católicos, a pesar de los peligros
del celibato en general, de ninguna manera faltan más en este punto que sus
colegas protestantes con estar casados y verse rodeados a las veces de harto
numerosa prole. Y si hay alguien que, en el cuadro de perfidias y violencias
que nos ofrece el mundo actual en medio de sus luchas y padecimientos, pueda
mostrarme una sola figura que lleve más radiante el sello de la dignidad sobre
la frente, que con mejores títulos arrebate la admiración, el amor y el respeto
de todo el mundo, que la figura de Pio IX, que se levante: yo no veo ninguna. Y
por eso me parece más que dudoso que la iglesia evangélico-protestante de
nuestros tiempos pueda con razón considerarse superior a la católico-romana, en
punto a reformas eclesiásticas.
2. Lo segundo que proclamaron los reformadores fue la necesidad
del depurar el dogma, y reconstruirlo
sobre el terreno del Evangelio. Combatióse como de invención humana todo lo que
no se hallaba en la Biblia, y cada uno interpretaba a su manera las santas
Escrituras. El Sacramento del altar, cuando la idea más espiritual que de él
diera Lutero pareció sobrada poética a los que cada día iban haciéndose más
positivos, hubo de convertirse en una fría ceremonia conmemorativa, desnuda de
todo consuelo: fue desechada la doctrina católica sobre el purgatorio y sobre
los Santos; y se eliminaron los más de los Sacramentos. No soy teólogo; más se
lo bastante en materias dogmáticas para poder asegurar, que los protestantes se
echan en cara unos a otros errores tan graves como pueden hacerlo respecto de
los católicos; y además, que todo cristiano, por poca que sea su fe, necesita
para creer algo fuera de la razón; y por último, que el dogma cristiano produce
una tranquilidad plenísima en el que lo profesa, y le da la clave para
descifrar todos los enigmas de la vida y del mundo, lo cual no puede decirse de
ningún otro símbolo de creencias. Hasta el presente la lucha científica,
trabada entre la dogmática de uno y otro campo, tampoco ha terminado que yo
sepa, con la derrota decisiva de los católicos; y los protestantes en ningún caso
podrán decir que están ciertos de
poseer la doctrina pura de Jesucristo, mientras no se pongan de acuerdo sobre
ella.
3. Lo tercero que hizo el protestantismo fue proclamar su
principio constitutivo, es decir, el
principio del libre examen, sin las trabas de autoridad alguna. El
principio de la libertad es un pensamiento brillante, deslumbrador; pensamiento
necesario en el mundo como medio de que se vale Dios para llevar al hombre a su
último fin; pensamiento plenamente justificado, hasta cierto punto, en sus
aplicaciones a la vida práctica. Pero aplicado al Estado y a la Iglesia el
principio de libertad individual, resulta lógica y rigurosamente el principio
de la revolución y del ateísmo. El hombre solo puede ser libre dentro de los
límites del orden eterno; una vez traspasados estos, se precipita –aunque con
repugnancia, empleo esta expresión por su propiedad- en el imperio de Satanás.
Por eso no consintió nunca el mismo Lutero que se le hablara del libre examen,
así que este comenzó a volverse contra los frutos del suyo; y por lo que hace a la razón humana, óigase al corifeo
del protestantismo, a quien por otra parte yo respeto, desde mi punto de vista,
con la misma sinceridad con que repruebo la mayor parte de sus actos, óigasele
definirla con estas gráficas palabras: “La razón, dice, es la prostituta del
diablo”.
He aquí lo que puede decirse del protestantismo, de la
iglesia evangélico-protestante, considerada en conjunto. Cierto que encontramos
en ella un principio espiritual, pero es el disolvente principio de la
negación, no es un principio positivo. Por eso aquellos protestantes que,
conociendo la naturaleza de la Religión revelada, profesan un conjunto mayor o
menor de creencias positivas, se ven precisados a cada paso a ser infieles a
ese principio, y por tanto a ser, como ellos dicen, católicos; en cuyo caso
procuran consolarse con la idea de que no por ello son católico-romanos, o como en
tales ocasiones suele decirse, papistas.
Estaba buscando libros católicos, sigan subiendo más, gracias.
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