PENSAMIENTOS DE UN PROTESTANTE SOBRE LA INVITACIÓN DIRIGIDA POR PIO IX
A LOS CRISTIANOS DISIDENTES PARA RECONCILIARSE CON LA IGLESIA CATÓLICO-ROMANA.
Por: Rainaldo Baumstark.
Índice:
IV.
¿Cuál es la vida religiosa de los católico-romanos?
En este punto, francamente, muchos de ellos no les andan en
zaga a muchos protestantes. Mas los católicos que se han asociado a las
tendencias de la francmasonería, que están persuadidos de que para ir al cielo
basta obrar bien, de que la doctrina de la Iglesia y prácticas religiosas son
cosas secundarias, esos católicos no pertenecen seguramente a la Iglesia en el
sentido en que está lo exige.
Pero ese espíritu de indiferencia y frialdad religiosa no es
en manera alguna el predominante entre el pueblo católico. Y aquí debo hacerme
cargo de un error que es una de tantas sandeces como hoy privan en el mundo.
Gran número de hombres, y en especual de los llamados ilustrados, viven en la
convicción de que la Iglesia católica camina con paso apresurado a su
destrucción y total ruina. Los que así piensan, alegan principalmente en su
apoyo la apurada situación en que en la actualidad se halla el romano
Pontífice, y la guerra que al parecer tienen declarada a la Iglesia los Estados
y Constituciones modernas, como es de ver, por ejemplo, en Italia, Austria, en
el gran ducado de Baden, y recientemente también en España. Mas esto son puras
ilusiones.
Por lo que hace al dominio temporal de los Papas, de seguro
que aun hoy día descansa sobre base más sólida que el unido reino de Italia. La
mano de la imperial Francia no es tan débil, y esa Francia se suicidaría a sí
misma el día que abandonase a Roma. El espíritu hostil que contra la Iglesia
muestra el Gobierno italiano no puede servir sino para tornar a disolver aquel
flamante reino; lo que de seguro logrará cumplidamente.
En Austria los hombres que real y verdaderamente dirigen la
nave del Estado, en lo que menos piensan es en declarar una guerra sistemática
al Catolicismo. El emperador Francisco José no hubiera otorgado su voto por
nada de este mundo; los conflictos que han sobrevenido proceden en parte de
necesidades políticas y en parte de malas inteligencias en las relaciones con
Roma; y la causa de la Iglesia católica se halla en Austria en buen lugar. Si
con el acento de la más profunda convicción pudiera hacerme oír de todos los
católicos que en ello toman públicamente parte, exclamaría con la mano puesta
en el corazón: ¡No os hagáis ilusiones! Austria es y continúa siendo vuestro
sostén y apoyo. ¡Aquella potencia empero que con tanta sagacidad como fortuna
ha heredado la política de la Reforma, sería vuestra perdición y ruina!
¡España, en fin! Si el caso no fuera tan serio, me echaba a
reír. Cuando los grandes heraldos de la revolución, Serrano, Prim y Topete,
vinieron a Zaragoza a recibir a Olózaga, el prohombre del liberalismo y maestro
de la ideal constitucional en España, encamináronse ante todo a la catedral
para postrarse de hinojos, a vista de la multitud apiñada, ante la milagrosa
imagen del Pilar. Quizás procedieron así por pura devoción como verdaderos
católicos; y quizás también para no exponerse de ese modo a las iras del pueblo
zaragozano. Y en el manifiesto en que el Gobierno provisional proclamaba la
libertad religiosa y anunciaba esta y otras novedades a los por él llamados sus
representantes en las cortes extranjeras, justificaba el planteamiento de esta
libertad, diciendo que por ese medio se arraigaría más y más el sentimiento
católico, por dicha siempre vivo y siempre inalterable en aquella magnánima
nación. Decís bien: los españoles acabarán con el Catolicismo. Estoy firmemente
persuadido de que no hay un solo español que comprenda el concepto alemán de
protestantismo. Podrá haber entre ellos individuos ateos y no pocos
francmasones, pero protestantes, de ninguna manera; y aun a aquellos ateos y a
aquellos francmasones se les cerrará la boca dentro de breve tiempo. –Así ve
también las cosas el Nuncio de Su Santidad en Madrid; por eso permanece allí
tan tranquilo y se mantiene en relaciones más o menos amistosas con el
provisional Gobierno.
Por consiguiente, la situación del Catolicismo respecto de
los Estados modernos no es tan apurada como comúnmente se cree. Y, por lo
demás, Jesucristo ha dicho: “Mi reino no es de este mundo”; y es todavía una
cuestión si sería o no perjudicial a la Iglesia el tener de hoy más que obras
por medios puramente espirituales.
Pero dado, que no concedido, que los Estados modernos se
hallen respecto de la Iglesia católica en un conflicto sin solución o que
apenas la tiene, aun no se habría con eso dicho nada sobre las disposiciones
internas del pueblo católico; quedaría aun por resolver la cuestión principal
de si el mundo católico pertenece a los modernos Estados o a su Iglesia. Sentiría
por los Estados que se resolviera esa cuestión, pues dudo mucho que el fallo
les fuese favorable. Salid, si os place, a recorrer un país católico; visitad
las montañas y valles, no ya del Tirol, sino del Austria toda; entrad en las
iglesias por doquiera en los santos tiempos del año eclesiástico; acercaos a la
cama del enfermo y al lecho del moribundo; visitad los hospitales; trasladaos
con el capellán de regimiento a un campo de batalla; comparad un auditorio que
con corazón palpitante escucha la historia de la Pasión, con los espectadores
de un teatro, todos caballeros y damas, a quienes hechica la desenvoltura de
una bailarina medio desnuda, seguid a aquellos que suelen frecuentar los
lugares de vicio, hasta el momento en que el hombre, gastada la vida, ve cerca
de sí el abismo de la eternidad, y busca desesperado un medio de salvación;
observad al heraldo del moderno liberalismo cuando le abandona la dicha, el
poder, la posición, la fortuna: en todos estos y otros mil casos análogos
encontraréis siempre, o al fiel de corazón recto y morigeradas costumbres, o al
hombre que, presa de Satanás, se revuelve como vil insecto en el lodo, y junto
a él al sacerdote católico que le alienta a dirigir la vista al cielo.
No necesito advertir que estoy lejos de disputar méritos
análogos al clero no católico en el desempeño de su ministerio, y de negar la
gracia de iguales sentimientos religiosos a las parroquias protestantes. Lo
único que digo es que, o eclesiásticos y fieles conservan un conjunto de
creencias cristianas, positivo y no expuesto a los caprichos de ninguna razón
humana, y entonces bajo este concepto son verdaderos católicos; o no tienen
semejante fe, y en ese caso les falta la religión positiva con todas sus
gracias.
Pero que en efecto las disposiciones religiosas del pueblo
católico sean incomparablemente mejores que las del pueblo protestante,
resultado claro para un observador despreocupado con solo considerar por un
momento las asociaciones religiosas del Catolicismo. Estas, tales como las del Monte-Casino,
San Vicente de Paul, San Carlos Borromeo y otras innumerables, han adquirido un
desarrollo extraordinario en los últimos tiempos; fenómeno que debe llamar
tanto más nuestra atención, cuanto que esas asociaciones, por el presente y
hablando en general, no gozan en manera alguna de especial protección o grandes
privilegios de parte del Estado. ¿Por qué no prefiere esa multitud inmensa de
hombres asociarse para empresas que puedan reportarles ventajas pecuniarias,
goces, comodidades, consideraciones y honores? ¿por qué prefieren los dicterios
del mundo, los ultrajes de los periódicos, las sospechas de la policía, con
otros perjuicios todavía más graves? Es muy sencillo; porque en su alma viven
sentimientos profundamente religiosos cuya satisfacción les importa más que el
universo todo.
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