PENSAMIENTOS DE UN PROTESTANTE SOBRE LA INVITACIÓN DIRIGIDA POR PIO IX
A LOS CRISTIANOS DISIDENTES PARA RECONCILIARSE CON LA IGLESIA CATÓLICO-ROMANA.
Por: Rainaldo Baumstark.
Índice:
V.
¿Qué se sigue de
aquí?
Malévolos lectores dirán en seguida: De aquí se sigue que el
autor de este escrito debe hacerse católico y dejarnos en paz. Mas con esto
nada se diría ni se refutaría nada. Pues por una parte la grandeza y majestad
de la Iglesia católica ya ha llenado de admiración a muchos protestantes a quienes
sin embargo nadie echará en cara su predilección por el Catolicismo: basta
recordar a Schiller en su María Stuart, y a Jean Paul en los Flegeljahren. Y
por otra parte el fraccionamiento y disolución interna del protestantismo ha
llegado a tal punto en nuestros tiempos, que todo protestante se verá incapaz,
por regla general, de adherirse a ninguna fe positiva con aquel completo
abandono y plenitud de convicción, exenta de toda duda, que la religión
católica demanda. Hasta la circunstancia de que el protestantismo casi en todas
partes anda solicitando el favor de las cortes y se afana por vivir a la sombra
del poder, es muy a propósito para provocar un juicio severo de parte de los
hombres honrados e independientes, ya que con esa actitud incurre en la más
palmaria contradicción con el principio de libertad en cuyo nombre vino al
mundo.
Ahora solo me resta contestar a la pregunta: ¿Qué significa,
si tal es en efecto el estado de las cosas, la invitación del Sumo Pontífice
para reconciliarnos con la Iglesia católico-romana?
Que esta invitación fuese objeto de previo y maduro examen,
no necesita probarse: no es costumbre de Roma echar impremeditadamente al mundo
documentos de esa índole. Y no es menos cierto que se brindaba con tal
espontaneidad a hacer ese llamamiento la convocación de un concilio general, el
primero celebrado de tres siglos acá, que no solo debía aprovechar semejante
oportunidad del Jefe de la Iglesia católica, sino que apenas podía eludirla. Y
aun suponiendo que de lo dicho en los precedentes párrafos no pueda sostenerse
como verdad sino lo sustancial, queda no obstante fuera de duda que sería muy
de desear de parte de todos los cristianos que conservan un ápice de fe, que
los votos del romano Pontífice tuviesen cabal cumplimiento.
Bien que esto por ahora no sucederá; y el mismo Pio IX está
plenamente persuadido de que por ahora no sucederá; pues cambios de tamaña
trascendencia en el mismo seno del género humano no se operan en un momento,
necesitan siglos para llevarse a cabo. Si llega a celebrarse el concilio
general, lo grandioso e imponente de ese gran suceso, el espectáculo
arrebatador de la Iglesia en toda su majestad y grandeza, ocasionará, sí, la
conversión particular de muchos, más no dará por resultado la reconciliación en
masa de las iglesias separadas. La existencia del protestantismo ha sido muy
útil a la religión católica, y su misión no ha terminado aún: continuará en el
mundo como principio de oposición religiosa, y seguirá prestando los servicios
que la divina Providencia le prescriba para llevar a feliz término la educación
del género humano.
Pero no vencerá a la Iglesia católica. Ya ahora puede
considerarse como cierto que ella sola aumenta constante y esencialmente en
poder y extensión. Tales o cuales relaciones políticas del momento no engañan
al ojo del observador: Los Estados modernos se reconciliarán al cabo con la
Iglesia en el terreno de sus mutuas libertades. Los cristianos que tengan
realmente fe se convertirán cada vez más, en el decurso de los siglos, al
principio católico, y con eso irán agregándose en número cada vez mayor a la
Iglesia visible de Jesucristo
.
Cuando de los que ahora vivimos no quede siquiera la sombra
de los sepulcros, cuando todas las cuestiones políticas que en enemigos campos
tienen hoy dividida a Europa y al mundo entero sean patrimonio exclusivo de la
imparcial historia, entonces se recordarán las palabras que en el presente año
ha dirigido a sus hermanos disidentes un Anciano perseguido, escarnecido y
atribulado. Ahora, después de diez y ocho siglos, aun no se convertido al
Cristianismo la parte más pequeña del humano linaje: y de los que son
cristianos exteriormente, pocos lo son en su interior. Y sin embargo esa
bandera se ha mantenido alta y siempre más alta en todas las vicisitudes de la
historia. La Iglesia católica fue la maestra y directora del género humano en
todo el decurso de la edad media; inquebrantable ha visto pasar ante sí, en
lucha sin tregua ni descanso, los tres poderosos siglos que siguieron a la
Reforma; y viviendo en ella la verdad eterna de Dios, al fin obtendrá también
el triunfo la palabra de su Fundador:
¡Habrá un solo pastor y una sola grey!
No hay comentarios:
Publicar un comentario